El tejido adiposo (conocida como grasa corporal) es un órgano con gran actividad metabólica y con un importante papel endocrino (Geneser, 2000), además de un almacén de energía (triglicéridos), teniendo por tanto una función importante en la contracción muscular.
El tejido adiposo es el único órgano del cuerpo que
una vez alcanzada la edad adulta puede
modificarse en tamaño y volumen, y esto es como respuesta ( Arner (1996)) a
la sensibilidad y adaptabilidad del tejido adiposo a los cambios metabólicos,
los cuales detecta por receptores que se encuentran en sus células: receptores
para la insulina, adrenérgicos, para los glucocorticoides, para diversas
hormonas (hormona estimulante de la tiroides (TSH), hormona del crecimiento
(GH), hormonas tiroideas y hormonas sexuales).
Así
entendemos la obesidad como una enfermedad inflamatoria del adipocito,
esta se produce cuando se acumula en exceso, y en ella el funcionamiento del
adipocito está alterado, tanto metabólica, como endocrinológicamente
La
evidencia científica muestra que el ejercicio, practicado con regularidad,
disminuye el peso corporal a expensas de la cantidad de grasa, aunque esta
disminución es modesta si no se acompaña de medidas dietéticas. Se ha
comprobado que la pérdida de grasa no se produce por igual en todas las
regiones corporales y que existen diferencias entre hombres y mujeres.
Como
conclusión decir que el control del peso exige mantener una dieta que debe ser
prescrita por un dietista-nutricionista, y realizar un programa de ejercicio,
cuya prescripción y supervisión corresponden al especialista en ejercicio
físico, además de tener en cuenta y trabajar unas pautas conductuales.
Y aunque,
a veces, la combinación de dieta y ejercicio produce modestas
reducciones de peso en numerosas personas, los beneficios para la salud son tan relevantes, que el esfuerzo se ve
compensado (Ekkekakis y Lind, 2006).
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